blanc

.




Antes yo tenía una pecera al lado de mi cama. Un día se murieron todos los peces que allí vivían y yo me quedé con los cuerpos húmedos sobre el escritorio. Nunca he tenido fascinación por la muerte pero al cabo de unos días de ponerlos a secar al sol ya se notaban más sus ojos secos y las columnas vertebrales iban dejando marcas bajo la piel contraída. Entonces recuerdo que pensé que sería buena idea sacarles una foto. Cuando miro la foto no me acuerdo de los peces sino de una chica que perdí justo por la época en que compré la pecera. También tengo fotos de ella igual que de los peces pero no es lo mismo. Es raro que la muerte de algunas especies no nos cause dolor. Como si fuese para ellos apenas una transición o como si todos los peces del mundo formaran un único gran ser que apenas disminuye su tamaño con la muerte de uno de sus ejemplares. Miraba los cadáveres día a día al borde de la ventana y me entretenía con los pequeños cambios. Por ejemplo si se les había caído la cola o si ya se les notaban las costillas iba a llamar a mi tío y juntos nos cagábamos de la risa. Pero con la chica era diferente. Los restos de lo que había sido nuestra vida juntos estaban también en la casa y uno podía tropezarse si quería ir de madrugada al baño. Entonces bajo la piel del cuerpo podías ver los gritos y la peleas y al cabo de unos días cuando el pecho se le abrió vimos a los gusanos comerse desalmadamente al amor. Es raro como la muerte de algunas cosas nunca acaba y es como un estado constante similar a la vida. Piensa en un suicida siempre cayendo al que ya no puedes ayudar, una bomba cuyo marcador nunca llega a cero, un pez que repite la misma vuelta de cada día en su pecera, una persona diciéndote te amo, una y otra vez.


.