Delirio

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Estoy con gripe. La fiebre ha convertido mi cerebro en una densa y tibia laguna que hace que todos mis pensamientos tengan que ver con cocodrilos. Hoy por la mañana, una enfermera estaba tomando la presión junto a la puerta de la reniec. Yo había ido a recoger el duplicado de mi DNI y no pensaba hacerme revisar nada. Sin embargo, se me ocurrió que ya que últimamente ando comiendo muchas porquerías, sería buena idea tomarme la presión. Ella me puso esa banda alrededor del brazo y luego apretó la bombilla varias veces. No tantas como yo hubiese querido. Es intenso cuando apretan la bombilla muchas veces y te sientes estrujado como si alguien de verdad te quisiera hacer el amor allí mismo. La enfermera dijo - estás muy bien, no te preocupes - y me dejó ir con un papelito en la mano.

Luego de eso crucé el puente sobre la vía expresa de la Javier Prado y de pronto estuve de pie frente a esa enorme serpiente que protege el Museo de la Nación. La serpiente roja y yo estuvimos mirándonos a los ojos. Eso duró algunos minutos hasta que los míos se tornaron más intensos y ella volvió a su forma de piedra. La gente que por allí cruzaba volvió a sentarse sobre su lomo arqueado y yo la dejé en paz. En la esquina estaba nuevamente esa feria de libros viejos. Me compré una antología de cuentos escrita sólo por mujeres. La idea no me perturbó cuando la compré. Pero ahora que la fiebre me hace ver las cosas más detenidamente y la capa verde del libro se me confunde con un pantano, me resulta extraño pensar en algo escrito sólo por mujeres. Como si por alguna razón ellas tuviesen que estar separadas del resto de nosotros y ese objeto de papel y cartón fuese una jaula llena de fieras.

Tengo fiebre y la pantalla de la pc es una lluvia de bolas multicolores de todos los tamaños. En pocas horas estaré en mi cama temblando de escalofríos y leyendo el libro que me compré hoy. Todas las mujeres de mi vida estarán al pie de mi cama. Estarán las mujeres a las que hice sonreir y las mujeres a las que hice llorar enfrentándose salvajemente unas contra otras. Se harán sangrar con todas sus armas hasta que finalmente quede sólo una de ellas. Entonces, si tengo suerte, la sobreviviente subirá a mi cama y me abrazará hasta que la fiebre se haya ido. Será de mañana y yo sabré que he sido un buen chico. Sin embargo, estaré esperando también, un mal resultado de la batalla. Un resultado en el que tú vendrás con tu cuerpo de hielo a echarte junto a mi y a meterme tu venganza transparente en el pecho. Entonces ya nunca más amanecerá para mi. Yo recordaré que tengo veintisiete años, y me daré por fin cuenta de que esta fiebre que me va quebrando el cuerpo, no es más que el desfile de toda su especie obscura y verde, pasándome por encima una y otra vez hasta ocultar mi cuerpo de la luz del día.




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